lunes, 21 de junio de 2010

Fácil aprender, difícil olvidar

Era verano de 1938. Soñaba con escapar, con volar lejos de la ley y la guerra. Lo tenía todo planeado: me alistaría en el ejército para luchar en Navarra o Cataluña y cuando perdiésemos alguna batalla me intentaría escapar por la frontera y empezaría de nuevo en Francia. El problema: mi mujer.

Miro la caja de galletas y saco el periódico del ABC de julio del 38, intentando recordar algo más. Así fue, conseguí pasar la frontera. En agosto todos los lugares cercanos al mar Mediterráneo eran áridos, ahora pienso: “Sólo falta la típica bola de paja del Western”, y reí sin ganas.

Pero entonces encontré aquel periódico; por lo visto, no era la primera persona ni la más equipada que huía de la guerra en este verano. Miré el periódico; curiosamente era del mes anterior, pero daba igual, con la guerra y la crisis nacional no había noticias de otro país. Ahora lo leo: “Ataque rebelde sobre Navarra”, “Los maquis están arrinconados en los Picos de Europa”, y el que más me sorprende: “Unos mil soldados españoles se escapan por la frontera al año: ¿Debemos protegerla? Comentado por Severino Gil”. La verdad es que los periódicos me parecían que tenían más color en mis buenos tiempos.

Miro otra vez la caja y saco una herradura de caballo, para recordar. Andando hacia el norte encontré un pueblo muy pequeño que en el 44 fue arrasado por los nazis; por suerte, yo ya no estaba allí. Allí, en la primera casa que vi, me encontré un herrero revolviéndolo todo. Me encontré una herradura y me la guardé pensando que me daría suerte. Luego me acerqué a él y le dije: “J’aime travailler”, porque mis pocos conocimientos de francés no daban tanto de sí como para distinguir “querer” de “desear”.

Ahora miro otra vez y busco mi viejo gorro. De esto sí me acordaba. Al mes de trabajar para un francés y vivir en el monte me hice una casa y conseguí enviarle a mi mujer en Madrid todos mis recuerdos de la fuga, pero a los dos meses me vino una carta a su nombre con tema: “Testamento”. Allí me envió todos mis recuerdos en la caja de galletas María que tanto me había costado abrir hace unas horas. Le habían embargado la casa y la habían asesinado porque yo era sospechoso de huir de España.
-Raúl, ¿Qué haces?- me preguntó en francés
-Yo nada, recordar, ya que no puedo olvidar-
-Vale, lo siento, voy a hacer la cena-
-No tengo hambre cariño, pero gracias-dije
-De acuerdo-me dijo un poco triste-Te quiero-
La verdad es que me siento culpable por saber que no voy a querer a una mujer más que a mi antigua esposa, y me extraña que Marie siga a mi lado, porque ella lo sabe.

Recuerdo a mi antigua mujer, delgada y delicada, como una rosa. Tenía una fortaleza espiritual increíble, y una paciencia infinita; pero sé que no murió asesinada, murió de soledad, por haberla abandonado. Ahora me levanto, con la herida abierta, lágrimas, odio y rabia y tiro la caja al fuego y pienso: “Maldita seas, guerra, marioneta del diablo, danza de la Muerte”.

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