En mi sana inocencia pensaba que todo iba bien, pero al final me acababa enterando de todo, porque mi padre trabajaba dieciséis horas al día y no tenía tiempo de estar con mi madre, así que ella me contaba nuestras desgracias. Un día llegó mi padre:
-Aranccia, nos tenemos que ir –dijo fatigado por la carrera mi padre- Han venido.
-No puede ser. ¿Qué hemos hecho?-
-Da igual lo que hayamos hecho, ellos se llevan a todos-
-¿Irnos?¿Adónde?¿Quiénes son ellos?- Interrumpí, pues no habían caído en que estaba al otro lado de la puerta escuchando la conversación.
-¡Nada, nada! Problemas de mayores, hija, vete a la cama-
-Yo ya soy mayor, papá-dije, pero mi padre me fulminó con la mirada y comprendí que la conversación había terminado.
Por la mañana comencé mi rutina impaciente porque mi madre diese el paso de contarme lo del día anterior. Cuando estaba zurciendo calcetines, vino mi madre con la cámara de fotos y me sacó una en la que sigo insistiendo en que salgo muy mal, pálida, pues así es como salgo cuando estoy concentrada. Por la tarde fue cuando entraron. Cinco hombres nazis armados cogieron a mis padres y se los llevaron fuera. Yo me fui al sótano, con la foto, pues era donde me habían dicho que me escondiese en estos casos. Cogieron a mi madre y la metieron en el coche. A mi padre le pusieron de rodillas con las manos en la nuca. Después oí “Por traidor”, seguido de un tiro mortal. Tenía los ojos vidriosos y cuando me dispuse a darme la vuelta me taparon la boca con un paño con cloroformo.

Cuando me desperté estaba en una cama, me dispuse a salir cuando vi algo que me sorprendió, todos llevábamos el mismo uniforme; verde y sucio. Busqué a mi madre por todo el pueblo en cuestión y la encontré muerta, entre unos escombros. No sabía que estaba muerta hasta que la di la vuelta intentando reanimarla y estaba apuñalada. También tenía la camiseta rajada y no tenía pantalones por lo que deduje que la habían violado. Ya sabía donde estaba. Me abracé a mi madre y me quedé allí el tiempo que me quedaba, pues iba a morir. Me quedé allí llorando de rabia mientras que pronunciaba entre dientes: “Malditos bastardos”.
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